El ambiente era extraño, muy distinto al de otras ocasiones, demasiado.
El zumbido constante del oído derecho hacía todo más singular si cabe.
Anduve por el camino de arena y piedra unos metros con la única compañía de mis pensamientos, esos que, para bien o para mal, siempre están ahí sin necesidad de ser llamados.
Cierto es que no era la única compañía, ya que los corredores y paseantes de perros varios que aún quedaban a las 21 horas acompañaban mi andanza, pero cada uno por su lado y con esa sorprendente y no por ello menos maravillosa y extraordinaria aleatoriedad vinculada y circunstancial del universo.
En un determinado momento sentí esa indescriptible sensación que hace tornar la cabeza en alguna dirección y nos empuja a emprender con la mirada esa búsqueda a la llamada que inexplicablemente sabemos que hemos tenido por parte de algo o alguien.
En ese momento vi una zona de césped aparentemente normal si lo comparamos con el resto del parque pero de extraordinaria belleza si se observa detenidamente. A un lado, unos árboles que curiosamente, además de tener hormigas de arriba a abajo por sus troncos, también hojas que crecían desde el suelo y que bien podrían imaginarse caídas de las ramas, intentando trepar de nuevo para llegar a su hogar.
Avancé por la hierba mojada que, bajo mis pies, recordaba sentimientos similares a los que de niño se experimenta con todos esos encuentros con la naturaleza y que debido a la "madurez" vamos dejando olvidados creyendo, ignorantes de nosotros, que tenemos cosas más importantes en las que dedicar nuestro tiempo.
Pese a todo, el ambiente seguía siendo extraño. El cielo nuboso y parcialmente anaranjado dejaba intuir el anochecer de un 16 de agosto. Un ambiente interno de tormenta se trasladaba al exterior fusionándose con el aire envolvente.
Me dispuse a hacer lo que me había propuesto hacer en aquel momento así que saqué de la mochila el libro que estaba estudiando y le dediqué una media hora de unión con la naturaleza y los seres vivos que en ella habitaban.
Al término de la hora me levanté y volví al sendero de arena y seguí caminando. La noche ya lo había envuelto todo, las farolas alumbraban tenuemente el camino que se perdía insondable a los pocos metros.
Caminando llegué a una antigua escalera de piedra que subía hasta otro camino. No obstante la oscuridad no dejaba ver el final, pero sí dejaba entrever una cascada de agua cuyo acceso se encontraba a mitad de subida. Subí los doce o quince peldaños que eran los que separan el camino de la cascada y me paré a observar ese lugar que yo en mi interior ya había convertido en sagrado.
Comencé a rezar un credo, como de costumbre, y a mitad de oración intuí en la oscuridad una silueta que desde la parte superior bajaba aquellas escaleras de piedra y se aproximaba a mi. Aquel ser se acercaba cada vez más, y a cada peldaño bajado incrementaba la incertidumbre del momento.
Cuando estaba a mi altura, pero aún en la escalera y alejado unos metros, se detuvo. Comencé a intuir una figura de una mujer de mi edad, con una camiseta blanca como lo único que se apreciaba bien de su cuerpo ya que la oscuridad de la noche lo invadía todo.
Aquella mujer se sentó en el peldaño y poniendo los codos sobre las rodillas inclinó su cabeza hacia abajo en una posición fetal que desprendía una gran tristeza. Pude incluso entrever un llanto que me empujó a la necesidad de acercarme y prestarle mi atención. Pero en aquel momento y antes de que hiciera nada, levantó la cabeza y me miró fijamente.
Por un momento, y sin poder ver del todo bien el rostro, me invadió el terror. Por increíble que pareciera, una mirada cuyos ojos no alcanzaba a ver del todo bien me paralizó. Por algún motivo mi interior sabía que no emitiría sonido alguno, ni una triste palabra. Yo sabía que ella no estaba allí para eso. De hecho, llegué incluso a dudar de que su físico estuviera allí realmente.
Me mantuve allí observando la cascada de agua y acabando mi oración durante unos minutos más. Cuando comencé a bajar las escaleras su mirada seguía fija en mi, y aunque sabía que aquella mujer no vendría detrás de mi, no pude evitar desearlo por algún indescriptible sentimiento relacionado quizá con la necesidad de compartir la soledad.
Volviendo pensé acerca de lo que había vivido allí, en la cascada. Recordé que en el libro que había estado leyendo esa misma tarde, uno de los protagonistas le decía al otro que "debía de encontrar la ayuda en el agua".
Curioso recordar aquella cita literaria, curioso confiar en las señales, y sobre todo curioso conseguir observar más con el alma que con los ojos.
A la hora de escribir (bastante cansado) este relato no sé si lo que pretendo es transformar la realidad en anécdota o la anécdota en realidad, pero lo que cada vez veo más claro es que dentro del universo, todo es una misma cosa.
Buenas noches.
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