miércoles, 22 de agosto de 2012

Jorge Bucay "El Camino de la Espiritualidad" pág. 187-189

Amor y Espíritu:

...
    Como es obvio, esta apertura establece un vínculo muy especial entre las personas. Tan especial que, llegados hasta aquí, solemos darnos cuenta de que tamaña entrega nos deja en un lugar muy vulnerable, de alguna manera a expensas del otro. Y si bien sabiéndolo decidimos correr el riesgo, vale la pena saber que el riesgo no es tal, porque en el plano espiritual nuestra fortaleza no está apoyada en lo resistente de nuestra armadura sino en la solidez de lo que somos en esencia.
    En este sentido, nuestra apertura al mejor amor deja de ser una actitud constructiva o inteligente, es simplemente la única posibilidad, y las consecuencias son siempre beneficiosas.
   Y esto es así porque, aunque parezca mentira, el amor verdadero es contagioso y aunque seamos muy diferentes y tengamos ideas a veces encontradas que nos llevan a tomar decisiones aparentemente incompatibles, nada de eso es trascendente cuando nos damos cuenta de que estamos hechos con la misma receta y navegamos en la misma barca.

    Ágape nos enseña que el amor no impide valorar la inteligencia de una persona, su carácter, su atractivo o sus otras cualidades personales, lo que sucede es que, cuando es auténticamente amor, no se apoya en ellas para ponerle condiciones antes de abrirle el corazón.

    Un poema que llegó a mis manos y cuyo autor desconozco, me conmovió:
    Decía más o menos así:

Cuando él rezó, yo me di cuenta de que no era de mi religión.
Cuando gritó su odio, no estaba dirigido a los que yo odiaba.
Cuando se vistió, sus ropas no eran siquiera parecidas a las mías.
Cuando habló, no lo hizo en mi idioma.
Cuando tomó mi mano, su piel no era del color de la mía.
Sin embargo cuando rió,
    noté que se reía igual que como yo me río.
Y cuando lloró, supe que su llanto
    era exactamente igual al mío...

    Amando de verdad seremos capaces de obrar adecuadamente en todas las situaciones, porque sería imposible olvidar que los deseos o necesidades de los demás tienen igual validez que los nuestros, aunque sean incompatibles.

El amor espiritual

El amor es un sentimiento y, como tal, nunca entiende de razones ni precisa justificantes, pero el amor más maduro llega más allá, porque siempre, repito, siempre, anide en el corazón de un santo, de un pecador, de un perdido, de un ateo o de un Papa, nos conecta con la entrega, con la renuncia, con la compresión y con la compasión, es decir, con el auténtico dolor por el dolor ajeno y la auténtica alegría de poder amar (no es sólo la alegría del que es amado, sino la alegría del que ama).

    A veces, mientras pienso en estas cosas, me pierdo en la necesidad de explicar con exactitud el significado que para mí tiene el verdadero amor incondicional, el feedback que sostiene los vínculos, el sentido de la entrega auténtica y permanente...
    En esos momentos, como ahora, mi cabeza pensante se toma un descanso y me viene a mi, sin que lo busque, el recuerdo del que fue mi perro durante un poco más de diecisiete años.
    "Demasiados años para un collie", me dijeron algunos que sabían de perros.
    "Pocos para mí", pensé yo, que sabía de mis sentimientos.
    Quizá alguien se sorprenda de este comentario, quizá alguien se sienta ofendido; finalmente algún otro, que nunca tuvo perro, crea que esta digresión está fuera de lugar...
    Pido disculpas por anticipado, pero puedo asegurar, por haberlo vivido, que algunos perros, cuando son cariñosos, como era Super, expresan sus sentimientos tanto como, o mejor aún, que algunos humanos y se dejan querer casi siempre mejor que algunas personas.
    Cuando tienes una mascota y te encariñas con ella, su cuerpo, su mirada, su postura, su gesto y hasta su silencio te hacen saber no sólo que está allí contigo, sino que sabe, siente y aprecia que tú estés presente.
    La base del amor real entre las personas es espiritual y por eso trascendente.
    Ser consciente de esa realidad es parte del amor espiritual.
    El amor verdadero se da cuando existe el encuentro de almas, como lo llama mi amiga Silvia Salinas. Ese amor del alma por el alma que es el único que tiene la posibilidad de ser eterno, ya que el alma nunca muere.
    Un amor tan saludable y nutritivo que sólo puede darnos alegrías.
    Un amor que no incluye competencia ni celos, ni manipulaciones, ni control, ni mucho menos lucha por el poder.
    Al sentirlo, las personas comienzan a liberarse de su dependencia de la aprobación, el reconocimiento o la validación de los demás. No es el resultado de la pérdida de interés por ellos, todo lo contrario.
    Si uno puede amar de esta forma, hacer naturalmente algunas cosas que alegran la vida de los que le rodean se volverá un hábito primero y una forma de alegrarse después. Si existe alguna posibilidad de transformar el mundo entero en un lugar mejor (y por supuesto que existe), es a través de la visión de un amor más espiritual y de acciones individuales y colectivas que sean congruentes con ese sentimiento.
    

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