Leí en cierta ocasión un libro en el que un monje hablaba de un cuento similar, pero como no lo recuerdo, inventaremos una historia con una misma esencia aunque distinto cuerpo.
Este cuento tiene a un perro y un hombre como protagonistas.
El hombre daba su paseo matinal diario, cuando vio un bonito estanque de agua con plantas y flores en la superficie. Entusiasmado por tal belleza, caminó hacia él para verlo más de cerca, y percatándose del cristalino y calmado reflejo que este otorgaba, se inclinó hacia delante para buscar el suyo propio.
La escena era sublime, ese reflejo tenía algo de magia, pensaba él.
Poco a poco se iba acercando más y más al agua, aunque él no se percatase. Tanto se acercó, que en un momento determinado, una moneda cayó de su bolsillo al estanque.
El hombre, asustado, pues era una moneda de un considerable valor, comenzó como loco sin apenas haberse remangado la camisa a meter la mano en el estanque para buscarla.
El tiempo pasaba, y él cada vez estaba más nervioso porque la moneda no aparecía, pero no desistía en buscar con su mano en una y otra parte del fondo de aquel estanque, agitando todo a su paso. Sumado a esto surgía el miedo de que cuanto más tocara y removiera esa tierra del fondo, más posibilidades habría de que la moneda quedase enterrada, haciendo imposible su búsqueda.
De pronto, cuando nuestro hombre más agitado, inquieto y nervioso estaba vio caer una pequeña pelota al otro lado del estanque y un perro que iba como loco tras ella. La pelota se hundió y el perro permaneció en el borde sin meter ni tan siquiera el hocico en el agua.
El hombre, que ya había pasado por esa situación, pensó para sí mismo que si él tendría problemas para encontrar su moneda, el perro tendría más dificultades aún, por no ser un humano, por no tener tanta inteligencia como él... Y de pronto, entendió todo.
El perro no estaba parado en el borde por no saber qué hacer, estaba esperando a que el agua se calmara. Y así sucedió, en cuanto dejó de agitarse la zona del estanque que el perro tenía delante, se lanzó rápidamente, cogió la pelota con los dientes y volvió a sus quehaceres perrunos lejos de allí.
Nuestro hombre sacó la mano del estanque y cuando éste se hubo calmado, vio de nuevo su reflejo en el agua y perfectamente visible en el fondo, la moneda que había perdido.
Ya sea para encontrar una respuesta o para intentar hallar la verdad acerca de cualquier asunto, sólo lo conseguiremos usando la calma y la templanza como aliados y rechazando la agitación y el nerviosismo, que sólo nos conducirán a ver una realidad distorsionada que no existe.
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